Mi corazón de madre está sangrando

Hace pocos días que acompañé a mi hijo de 18 años a la estación. Se ha ido a vivir a Suiza y yo… yo me he quedado aquí. Con el corazón sangrando.

Y lo quiero compartir porque en este proceso de separación me he dado cuenta de muchas cosas de las que no era consciente, precisamente porque las mujeres no solemos hablar de ellas, y por eso yo tampoco estaba lista.

En estas últimas semanas he necesitado mucho apoyo de mi tribu, mis amigas, mujeres con o sin hijos, que me han estado sosteniendo, escuchando y llorando conmigo. Y he sentido por momentos que esto es más grande que yo y que mi dolor no es solo mío. Sino el de cientos de miles de mujeres que, como yo, lo han dado todo por sus hijas e hijos, que se han entregado en cuerpo y alma a la crianza de esos seres que un día salieron de forma increíble de nuestro cuerpo siendo absolutamente dependientes, y al cabo de no tanto tiempo de repente se van de casa, se independizan, ya no nos necesitan.

Estos días he conectado mucho con la entrega tan absoluta e incondicional que hacemos las madres, entregando lo más valioso que tenemos: nuestra vida, nuestro tiempo, nuestra energía, todo lo que sabemos, todo el cuidado que nos es posible, todo el amor manifestado en formas diversas. Y la entrega, la humildad y el AMOR que se necesita para un día poder soltarlo todo y dejar que esa persona que ha sido nuestra vida pueda irse de nuestro lado.

El dejar que una hija o un hijo se vayan es un proceso de duelo, y para eso yo no estaba lista. Me pilló de sorpresa, entre otras cosas, porque nunca lo había vivido a través de otras mujeres a mi alrededor. En estos días varias amigas madres cercanas me han dado las gracias porque al yo mostrar mi proceso emocional y dejarlas a ellas que participaran de el, ellas internamente se van pudiendo ir preparando para cuando les llegue su turno.

En este proceso tan intenso de duelo y transformación doy las gracias por haber tenido la capacidad emocional de haber podido gestionar una marea, un tsunami, de emociones contradictorias que han tenido lugar en mí.

Ser capaz de estar al lado de mi hijo y ayudarle con todo lo que necesitaba para poderse ir y al mismo tiempo tener mis espacios para poder conectar con mi tristeza desgarradora.

Poder celebrar con él todo lo que estaba pasando en su vida y al mismo tiempo poder sentir dentro de mí el vacío tan grande que él iba a dejar.

Sentir con total certeza que es correcto que él haga su vida y siga solo su camino, y conectar con el deseo en mí de que no se vaya nunca, de que todo siga siempre igual.

Poder alegrarme sobre mi nueva vida sin hijos en casa, y al mismo tiempo sentir que mi vida no tiene sentido sin poder cuidar a diario de mis hijos.

Poder ver la gran persona que es mi hijo, y sentirme culpable por no haberle dado todo lo que siento que le podría haber dado.

Sentir la confianza absoluta en la vida y en que todo va a ir bien, y también el miedo profundo a que le pase algo y yo no pueda estar a su lado para ayudarle.

Sentirme plena como madre por haber criado con éxito a este joven hombre que ahora se ha ido, y al mismo tiempo conectar con mi insuficiencia profunda y la sensación de no haberlo hecho suficientemente bien.

Sentir alegría y tristeza, esperanza y desesperación, orgullo y vergüenza… todo casi al mismo tiempo, todo dentro de este corazoncito mío que ahora mismo se siente desgarrado.

Sin mi red de sostén emocional alrededor (gracias, gracias, gracias a todas) y mi capacidad de mostrarme vulnerable con ellas, yo no habría podido gestionar esta situación tan intensa en mi vida de madre, en la que tanto tiene que morir para que algo nuevo pueda nacer.

Juntas hemos creado espacios en los que ellas me han sabido escuchar en silencio sin decirme “no pasa nada”, “va a estar todo bien”, “no estés triste” o “sí, que duro es e injusto”.

En esos espacios he podido hacer lo que necesitaba en esta situación de transición y de duelo: he podido sentir sin ser juzgada toda esa mezcla de emociones contradictorias y darle espacio al dolor tan profundo de mi corazón.

Gracias a esos espacios emocionales he podido ver que todo este dolor es mío, soy yo la que me quedo sin trabajo de madre, yo la que siento un vacío enorme, yo la que tengo miedo de no haber hecho o sido suficiente. He podido ver que todo eso no tiene nada que ver con mi hijo, y al yo darle espacio dentro de mí, le he podido seguir sosteniendo y mostrándole mi apoyo en su camino de separación y de independencia mientras yo sentía mi dolor.

Al haber podido llorar todo mi dolor en compañía de otras personas, también he sido capaz de compartir con él mi tristeza por esta separación, por esta etapa de nuestra vida que, en esta forma, llega a su fin, y él ha podido llorar conmigo sabiendo que esa tristeza no significa que yo no le deje ir, sino simplemente que me entristece que se vaya.

Y, por último, gracias al sostén de otras amigas que son madres de niñas mucho más jóvenes y que están viviendo la intensidad de lo que es ser madre, he podido recordar toda mi entrega, todo el amor y la energía de vida que he puesto en este hombrecito y me he sentido honrada y vista en mi tarea de madre.

Una tarea que en nuestra sociedad no es suficientemente valorada y que incluso yo había puesto un poco de lado, no dándome cuenta del gran acto de amor que he hecho al ser madre e invertir 19 años de mi vida en gestar y acompañar a un ser humano con la intención de que un día se pudiera ir, me pudiera dejar.

Por eso acabo con un llamado para que todas honremos a las madres que nos han regalado la vida y que nos honremos a nosotras mismas si somos madres y a las mujeres a nuestro alrededor que lo son, porque sin nosotras no existiría la vida, sin nosotras y nuestra entrega absoluta no habría nada, no estaríamos aquí.

Que gran regalo somos las mujeres, tengamos o no hijas/os, somos un regalo para la vida y eso, queridas mujeres, me da mucha, mucha paz y un gran poder.